viernes, 28 de agosto de 2009

El regreso de Frixuelín

El destierro fue duro. Mucho más que las torturas, tan sólo dolor físico que Frixuelín podía aguantar sin problemas. Mucho más que las miradas increpantes, o que las mentiras que sobre su dulce persona habían dicho (y siguen haciéndolo) desde la antigua República de Postrelandia.

Pero lo que las verduras no sabían, era que sólo te pueden desterrar de tu hogar. Si el hogar cambia, el destierro acaba. Y eso es lo hizo Frixuelín: terminar con su largo viaje, llegar a la última parada donde establecería su nuevo Imperio, lejos de los trámites burocráticos de la vieja República, tan ineficaces como falsos. Para esa tarea contó con la colaboración de los más fieles, aquellos que estuvieron en su mente durante su largo exilio, insuflándole ánimos y esperanzas, y ayudándolo en todo momento.

Y así fue también como acabó todo. "No se trata de quitar el polvo a los muebles viejos, haciendo que estos parezcan nuevos y relucientes" -dijo Frixuelín en la primera reunión de la Asamblea Pluripostreal-. "Sino que se trata de tirar la vieja madera carcomida por la ventana, y de seguido, cortar los árboles que resucitarán con su savia nueva los antiguos, nobles, honrados y olvidados saberes".